Arístides Vega Chapú: Solo aspiro a un día siguiente

AVChEl poeta santaclareño Arístides Vega Chapú no debe recordar esta entrevista de 2002, cuando él se alistaba a presentar su más reciente título en la Feria Internacional del Libro y yo desembarcaba en la redacción de un periódico para mis primeras prácticas laborales. Cuba profunda reproduce el diálogo con cierta dosis de nostalgia

La poesía es esa musa que anda suelta, que se escurre y no se deja atisbar sino por ciertos privilegiados. La poesía se marcha, vuelve, se esconde… y deja huellas. Es el éter que rodea a Arístides Vega Chapú, en su casa de la calle Maceo, ese pedacito de isla que ha logrado construirse.

Atrapo sus palabras al vuelo, sus muchas palabras, aunque con unas pocas bastan para sentir que lo conozco desde siempre. Autor de numerosos poemarios, entre ellos Breve estancia de Cristo en la ciudad de Matanzas, Retorno de Selim, El riesgo de la sabiduría y De lo que se supone, Arístides confiesa, no obstante, que su llegada a los versos aún  resulta un enigma para él:

“Uno nunca sabe por qué llega a algo tan importante como es el oficio. Lo que sí es cierto es que tenía un amigo en la primaria, en la secundaria y durante los años en la Vocacional que es hoy un destacado poeta: Sigfredo Ariel. Él quería hacer un taller literario y yo, por solidaridad, participé de su proyecto. Capaz que por ahí me haya influenciado.

“Por otra parte, siempre me gustó leer. Soy único hijo, viví en una zona donde los muchachos no jugaban en la calle y tuve la opción de la lectura como juego, cosa que ahora, al cabo de tantos años, me parece buena, pero que en aquel momento consideraba funesta. A mí la literatura me han ayudado mucho en momentos de soledad, de decisiones”.

Cada entrega le parece inacabada, mejorable. Por eso sigue en la constante búsqueda de la palabra adecuada, del verso idóneo.

“Cuando tengo en mente un libro me parece que va a ser el mejor. Lo termino y sigo creyendo lo mismo. Sin embargo, pasa el tiempo, vuelvo a leerlo y ya lo hallo imperfecto. Entonces, aunque mucha gente te pudiera responder igual y a riesgo de que se haya convertido en un lugar común el hecho de que la obra más acabada es la que está por hacerse, en mi caso es así. Siempre lo que tengo en mente me parece que va a superar lo que ya he escrito.”

En la década de los 80, cuando las puertas de las instituciones culturales villaclareñas se cerraban ante las figuras jóvenes, Vega Chapú decidió refugiarse en la Atenas de Cuba, ciudad que considera mágica.

“Para mí Matanzas fue fundamental. Al llegar me vinculé al proyecto de Ediciones Vigía, donde hacen los libros de manera artesanal. Aprendí todas las técnicas, pero más que eso, me relacioné con otros escritores del país. Porque Vigía no solo publicaba, sino que era un espacio en el que se organizaban recitales de poesía, eventos teóricos y precisamente por eso me codeé con casi todos los creadores cubanos de mi generación, algunos de los cuales estuvieron viviendo un tiempo allí.

“Por otra parte, pude trabajar por primera vez en algo que tenía que ver conmigo: la promoción. Es de los oficios que más me interesa. Pude promocionar títulos, autores, trovadores, estuve en la primera gira que dio Carilda por la isla. O sea, que Matanzas, profesionalmente, me dio la oportunidad de probarme a mí mismo”.

Los numerosos premios no le quitan el sueño: el de Poesía Abel Santamaría de la Universidad Central de Las Villas en 1988; el 13 de marzo de la Universidad de La Habana en 1993; el de Poesía y de Literatura Infantil Fundación de la Ciudad de Santa Clara en el 2001 y el Internacional de Poesía Nicolás Guillén ese mismo año.

¿Qué representan los premios?

“Absolutamente nada. Yo no creo en ellos sino en la obra de las personas. Hay quienes no han ganado esas distinciones y sin embargo tienen una trayectoria sólida que respeto. Lo que pasa es que, como no hay una crítica literaria real, que confiera rango a los escritores, la jerarquía se concede a partir de los premios obtenidos. Entonces ganar una distinción es alcanzar un peldaño más y a mí eso me parece desastroso”.

¿No lo limita el hecho de vivir en Villa Clara, tan lejos de la capital?

“Escribir desde provincia te limita muchas cosas, pero ganas otras. Creo que resultó una cuestión de poner en la balanza y escogí quedarme en Santa Clara. Aunque, hay que reconocer que a veces somos obviados. Por otro lado, los que seguimos en el interior tenemos más posibilidades, labores más nobles. Como vivo a tres minutos de mi trabajo no tengo que coger guaguas todos los días. Tengo ese tiempo para dedicárselo a la creación, que es, al final, lo que necesita un escritor”.

Algunos artistas prefieren trabajar de pie; otros, completamente desnudos y con un cigarrillo: Arístides solo demanda paz.

“Cuando digo que necesito paz me refiero a la verdadera, o sea, que no tenga problemas familiares ni económicos. Pero como uno se acostumbra a todo, incluso a lo malo, cuando he tenido dificultades por un largo período, me he acostumbrado a vivir, incluso con ellas. Me gusta escribir solo, porque yo hablo en voz alta, para oírme, dialogo conmigo mismo, trato de cambiar voces y, por supuesto, no me gusta que nadie me oiga porque dirían que estoy loco. Entonces me encierro en el último cuarto de mi casa y ahí paso horas”.

Se confiesa inspirado por la vida, porque encuentra a cada paso un pretexto para la creación.

“Me motiva absolutamente todo. Voy por el mundo fijándome en las cosas, las grabo y en determinado momento las saco a la luz. Supongo que haya un tercer ojo en el escritor, el cual va reconociendo lo válido y lo va guardando, acumulando y de ahí luego salen las cosas”.

Vive el hoy, mas no renuncia a un pasado que agradece.

“Yo pienso que el presente es el presente porque existió un pasado. A mí me fueron muy importantes mis abuelos. El padre de mi mamá era un emigrante libanés que, cuando llegó a Cuba, no renunció a su origen, su cultura, sus costumbres. Fundó un hogar, una familia, una especie de isla dentro de la isla, donde crecimos todos creyendo que estábamos muy bien protegidos. Y esa protección todavía me sirve. La infancia feliz que tuve gracias a mis abuelos, me permite enfrentar situaciones difíciles ya de adulto.

“He vivido con mucha intensidad, los he disfrutado a plenitud. Cuando tuve deseos de ir al dancing a bailar, iba todos los días; cuando me dio por la nocturnidad, solo dormía tres o cuatro horas y seguía. Y es que a veces la gente supone que en la vida de un escritor solo existen los momentos intelectuales. Eso no es así. Para mí es tan importante escuchar a Cintio y a Fina leer sus poemas, que ir a pasar un día con mi familia en la playa, si me das a escoger no sabría con qué quedarme.

En uno de sus libros usted expresa: “A los milagros tememos…” ¿A qué más le teme Arístides Vega?

“A la furia de los hombres, porque cuando están furiosos se llenan de envidia, pierden el juicio, reclaman más de lo que realmente merecen y eso es lo peor que puede pasar. De las plagas, las enfermedades y los animales, nos cuida Dios, pero de las malas personas…  Temo a la maldad que puede haber en ellas. No por mí, sino por todos”.

¿La poesía?

“Es lo bueno y lo malo de lo que ocurre a mi alrededor, lo que respiro y no respiro, lo que tengo y sueño; pero, más que eso, lo que no puedo nombrar ni clasificar, ni saber qué es. Por eso va a perdurar, por encima de las guerras, de la envidia, de la desidia humana.

“El don de la lírica es ese misterio en que está dicho todo y no hay dicho nada, porque de otro modo ya no hubiéramos tenido qué trasmitir los poetas contemporáneos, después de los siglos de versos que nos han antecedido. Cuántas personas han seguido deslumbrándose con los amaneceres, el amor, los paisajes, el mar, a través de tantos años y cuántas formas diferentes han encontrado los poemas para subsistir con diferentes lenguajes. La poesía tiene que ver con la historia, es lo que define la verdad del hombre, lo mejor del ser humano”.

¿Qué espera del futuro?

“Un día siguiente. Eso espero y nada más porque si la vida me da otro día, en él yo logro todo lo que quiero, si tengo fuerza para ello. El tiempo es lo más importante, si se cuenta con disposición, voluntad y talento”.

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Eutelia Martínez dice:

    ¿En cuál de los libros fue….: “A los milagros tememos…”?

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