No se hace una industria cultural centralizando ideas

Montos1Cómo Osvaldo Pestana Montpeller (Montos) pasó de ser el muchacho irreverente que garabateaba cuanta página en blanco cayera en sus manos —el clásico pintamuñequitos— a uno de los ilustradores “estrella” de la editorial norteamericana Guardian Knight Comics (GKC), es un asunto al que no suele dar demasiada importancia.

De hecho, se niega rotundamente a que hable de su inserción en los circuitos internacionales del género, pues para él eso implicaría que la serie en la que trabaja se estuviera publicando de manera simultánea en varios países o tuviera alguna connotación fuera de los Estados Unidos y jura que no es el caso.

“Hace poco leí —ejemplifica para apuntalar su modestia— que el mercado norteamericano del cómic divide sus ventas entre un 70 por ciento que lideran la Marvel y la DC, y un 30 por ciento que se reparte entre las demás editoriales; en algún punto pequeño de ese 30 por ciento ha estado mi trabajo representado. Así que no creo que sea significativo para aquel contexto”.

Para aquel, quizás no; pero para el escenario del cómic cubano sí que lo es. Antes de Montos, apenas se tienen noticias de historietistas que mantuvieran vínculos profesionales con alguna editorial fuera de Cuba, mucho menos con la industria cultural estadounidense, una suerte de Grandes Ligas del género.

Cuando llegó hasta allí, sin embargo, ya Osvaldo Pestana había desplegado una notable trayectoria, que si bien no comenzó en academia alguna, sí se fogueó durante años en la ilustración editorial para libros y medios de prensa de Sancti Spíritus, en el centro de Cuba.

“Lo primero es contar con un mínimo de talento —dice como si el suyo fuera ciertamente mínimo—. Lo otro es saber hacia dónde te diriges, qué quieres y tocar las puertas adecuadas. En mi caso, Internet fue la primera puerta a la que siempre supe que debía tocar. Me hice de un portafolio digital y lo colgué en algún sitio al que tuvieran acceso aquellos editores que pudieran estar interesados. Fue así que conseguí mi primer trabajo con una editorial de bajo perfil, Graphic Illusions Comics”.

Luego vendría el contrato con Ape Entertainment, sello que publica títulos como Kung Fu Panda, Los Pingüinos de Madagascar y Strawberry Shortcake y para el cual Osvaldo dibujaría dos series: Donarr The Unyielding y Poison Elves. Solo después de que estos proyectos se malograran por cuestiones administrativas, Montos entró en contacto con Guardian Knight Comics, una editorial de San Antonio, Texas.

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¿Cómo valoras la experiencia de trabajo con GKC? ¿Sientes que te enriqueció profesionalmente?

“En GKC yo trabajaba para un proyecto llamado Gears and Bones. Lo más gratificante fue el hecho de que la serie para la que dibujaba era la líder de ventas dentro de los títulos de la editorial. Esto se debe en parte a la libertad que me dieron en el equipo de realización. Siempre resulta muy enriquecedora la obligación de trabajar para una serie de carácter mensual, pues creas y desarrollas habilidades que de otra forma no saldrían a la superficie. La historieta en Estados Unidos se piensa en términos de industria, porque es una guerra constante contra el tiempo.”

Con la experiencia de haber asistido a cuatro convenciones del cómic norteamericano (Orlando City Mega Con, Alamo City Comic Con y dos veces al San Diego Comic Con) y con referentes de primera mano sobre la salud de la historieta en Europa y Japón, Montos lamenta que la industria cubana del género no vaya ni remotamente bien.

“En los años 80 contábamos con varias publicaciones periódicas comprometidas a diferentes niveles con la historieta —explica—. Esto posibilitó que tuviéramos nuestros propios autores y nuestras propias historias. Con el derrumbe del campo socialista, también se vino abajo la concepción de la historieta como medio de comunicación de masas. Hoy lo que tenemos son algunos títulos en cada feria, saturados del elemento político-histórico, de formas tan chatas que no apetecen su lectura en la mayoría de los casos.

“El hecho de que el Estado tenga en su poder la totalidad de las editoriales ayudó a impulsar el género en aquellos años, pero ahora se ha convertido en un obstáculo para la libre publicación y circulación de un cómic hecho por nacionales. Este estatismo no ha permitido un mejor desarrollo pues cada uno de estos sellos tiene una política editorial específica, y todo aquel producto cultural que no cumpla con sus estándares sencillamente quedará en el camino”.

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¿A qué atribuyes la decadencia que ha venido experimentando el género en la isla?

“A que se coacciona la producción de alguna forma. Si sólo aquellas historias con cierta intención política son las que ven la luz, ya se limitan un determinado número de propuestas. Si para colmo, no hay una forma alternativa de publicar esa otra historieta y percibir ingresos por ello, la mejor opción para el historietista será la de exportar sus servicios para editoriales extranjeras. Esto funciona para los dibujantes, pero casi nunca para los guionistas.

“Otro elemento clave es que los historietistas en su mayoría no hemos sido formados académicamente. En ocasiones eso mella nuestro desempeño intelectual y formal, lo que resulta en propuestas de dudosa calidad. Es cierto que en muchos casos no hemos sido capaces de formular las mejores historias, ni de dibujarlas de las mejores maneras, así que no todo es achacable al manejo de las políticas editoriales del país”.

¿Crees que en materia de historieta la industria cultural cubana puede hacer frente a la consolidada industria cultural norteamericana que nos ha venido invadiendo solapadamente?

“No contamos con una industria, así que esa pelea ya está perdida. No es un fenómeno solo cubano, en toda Latinoamérica la tendencia general ha sido dejarse engullir por aquellos otros personajes, por aquellas otras historias y culturas. Así que debemos preguntarnos qué ha posibilitado que una industria de ese tipo se haya desarrollado en Estados Unidos y sacar nuestras propias conclusiones. La primera a la que llegaremos es que no se hace una industria cultural centralizando ideas”.

Después de Elpidio Valdés, ningún otro personaje “made in Cuba” ha alcanzado la categoría de ícono. ¿Qué rasgos crees que deba tener el personaje que, en lo adelante, pueda llenar ese vacío simbólico?

“En las arenas cubanas, el campeón indiscutible en cualquier batalla cultural es y será Elpidio Valdés. ¿Cómo Juan Padrón lo logró? Porque consiguió conectar con el alma de esta nación. Juan logró encontrar aquellos códigos autóctonos que nos definen como cubanos y hacerlos interactuar por medio de sus personajes.

“Hay elementos dentro del imaginario popular que nos pertenecen, tenemos nuestros propios paradigmas, nuestras aspiraciones y formas particulares de conectar con esa matriz que llamamos nacionalidad. Aquel personaje que identifique estos elementos será el que podrá instalarse en nuestros corazones en la forma que lo ha logrado Elpidio”.

¿Qué proyectos te desvelan actualmente?

“Estoy ansioso por terminar la adaptación de la obra Paquelé, original del escritor espirituano Julio M. Llanes, a una novela gráfica. Es la historia de un adolescente esclavo espirituano a finales del siglo XIX. Tengo grandes esperanzas de que los lectores encuentren un producto cultural que puedan sentir como propio.

“Después de esto, el diseñador gráfico y guionista Mauricio Vega y yo tenemos entre manos un proyecto al que llamamos tentativamente Los Apóstoles de la Cunchunfleta, una saga con personajes que nos permitirán dialogar e interactuar con los públicos de hoy. Viene siendo algo así como nuestro propio viaje a la espiritualidad de esta generación”.

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(Publicado originalmente en Progreso Semanal)

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