He dicho: “Cao” cerrado

Hay que estar muy, pero muy escacha’o para ser un actor reconocido en Cuba y participar en ese show de lo peorcito de Telemundo que es Caso cerrado, una especie de juicio frente a las cámaras en el que la cubana Ana María Polo pone los puntos sobre las íes en los conflictos —a cada cual más inverosímil— que le presentan los litigantes. Un programa que lleva con orgullo el cartelito de televisión chatarra.

Incluido religiosamente en cada paquete de la semana, Caso cerrado ha venido agenciándose una audiencia incondicional desde que en 2001 comenzara a transmitirse con el nombre de Sala de parejas y, por más increíble que parezca, ha conquistado varios premios en la televisión latina de Estados Unidos; un dato que tampoco dice mucho si se tiene en cuenta que la competencia son programas al estilo de Doce corazones o Laura de América. En el país de los ciegos…

Que la doctora Polo insulte sin demasiado tacto a demandantes y demandados, que desde el principio se le vea parcializarse por uno de los contendientes, que presuma de una rispidez inadecuada para un espacio televisivo, que llegue incluso a los gritos y a las amenazas puedo entenderlo; en definitiva, hay un sector para nada despreciable del público que consume alegremente este tipo de dramatizados.

Lo que no entiendo —más bien, me niego a entender— es que el show tenga tanto éxito dentro de Cuba, donde uno suponía que semejantes resquicios de banalidad ya deberían estar erradicados. Y, peor aún, que todavía haya quien crea que situaciones tan grotescas, tan descabelladas, puedan ser narradas así, con total impudor, por sus propios protagonistas por el mero placer de sacar sus trapos sucios al aire.

Cuestionada constantemente al respecto, la doctora Polo declaró en una entrevista que sí, que está bien, que algunas situaciones han sido recreadas y representadas por personas que, si bien no son actores profesionales, se han sentido motivadas con los temas. Puro altruismo. Nada dijo de las tarifas por actuar en el programa que, según no pocos participantes, oscilan entre 160 y 300 dólares por capítulo, en dependencia de la relevancia del papel, el grado de desnudez que deban mostrar o lo vergonzoso del caso.

Quiero imaginarme entonces lo mucho que deben haberle pagado a Tomás Cao por interpretar al cornudo esposo de una mujer que tenía hijos de hombres casados para chantajearlos. El capítulo es el número 1 894 y, por más señas, fue emitido el 13 de abril pasado.

Me negué a creerlo hasta que lo vi allí, parado frente a la doctora Polo, demandando con su acento típicamente cubano a su supuesta esposa por la custodia y manutención de los seis hijos que no eran suyos, pero que había inscrito. “Tienen mi apellido”, decía ese personaje que se hacía llamar Alejandro. Me dio un dolor en el orgullo de la cultura general integral…

No es que él haya sido el primer actor cubano en participar en semejante bodrio. Ya con anterioridad otros intérpretes de medio pelo me habían decepcionado, pero no tanto como Cao. Reconocido por su versatilidad, se ha ganado el aplauso del público y de la crítica por su actuación en filmes como La película de Ana, Penumbras, Conducta y, más recientemente, Sergio y Serguei; por el papel que interpretara en esta última cinta ganó el Premio Caricato de la Uneac en la categoría de actuación masculina en cine. No me explico de qué manera se salta de un galardón de tanta alcurnia a esa suerte de humillación pública en los estudios de Telemundo.

Al parecer, esto de la mercantilización en el mundo del arte es también un Caso cerrado.