Remedio santo

Remedio santo“Para esto hay que tener gracia; no es cosa de agarrar una tira, medir hasta tu barriga, decir las oraciones y ya”, murmura la curandera mientras me pone la punta de la cinta en el ombligo, en el otro extremo coloca su codo y en apenas tres brazadas me detecta un nudo en la boca del estómago.

“Tienes un empacho de ley -me dice, y con la habilidad de quien ha venido curando no pocas enfermedades desde los nueve años, esta espirituana sexagenaria repite cruces y rezos hasta que la mano ya no roza mi vientre-. Ahora, una cucharadita de aceite con sal, y San Se Acabó”.

A su casa, en pleno Centro Histórico, acuden diariamente en busca de alivio para sus malestares vecinos y conocidos que ponderan sin demasiadas disyuntivas ideológicas los beneficios de su “buena mano”. Devotos de los más disímiles credos religiosos, escépticos y hasta materialistas acérrimos figuran entre los pacientes que ella atiende con la única condición de que no sea después de almuerzos o comidas, tal y como aprendió de su abuela, para mantener a buen resguardo su propia salud.

El suyo es uno más entre los cientos de remedios que la sabiduría popular se ha agenciado contra el empacho, esa especie particularísima de indigestión que de seguro llegó a estas tierras en las carabelas de la conquista y que durante centurias ha permanecido inalterable en el folclore insular.

Aun cuando sus síntomas eran conocidos en Cuba por obra y gracia de la tradición oral, fueron los médicos homeópatas del siglo XIX quienes redactaron los primeros tratados en los que se aludía al padecimiento y a las maneras de enfrentarlo desde una perspectiva científica.

Honorato Bernardo de Chateusalins, en su libro El Vademecum de los Hacendados Cubanos o Guía Práctica para curar la mayor parte de las enfermedades, publicado en 1854, definió la dolencia como “la indisposición causada por el peso inútil de los alimentos que no ha digerido el estómago perfectamente” y la calificó como la segunda causa de mortandad entre los criollos.

Ya entrado el siglo XX, el historiador espirituano Manuel Martínez-Moles conceptualizó el empacho, según las investigaciones etnográficas que realizara en la villa del Yayabo, como el “dolor de estómago, a veces con fiebre, que ataca generalmente a los niños por ingerir comidas de difícil digestión”.

Décadas después y ante el desarrollo avasallador de las Ciencias Médicas, muy pocos se atreven a suponerle causas sobrenaturales o de índole metafísica. Hasta los propios curanderos esgrimen argumentos de doctores para explicar los orígenes del mal.

No obstante, los fármacos validados para el tratamiento de la indigestión no han conseguido disminuir ni un ápice la fe con que cientos de pacientes se dejan sobar el abdomen, halar la piel de la espalda o cualquier otro artilugio que les permita sentirse aliviados, aunque el recurso navegue en las aguas imprecisas de la sugestión popular.

Una décima recogida por el folclorista villareño Samuel Feijóo en su artículo Humor, fantasía y superstición en los remedios populares cubanos ilustra el extremo de desesperación al que llegan quienes contraen la dolencia, capaces de tomar cualquier brebaje con tal de notar alguna mejoría: Mujer, tráeme un cocimiento/ de cabo de hacha con cuero/ porque creo que me muero/ si de esta no me reviento;/ yo que estaba tan contento,/ tan ágil y vivaracho,/ ahora cuando me agacho/ me siento un retorcijón/ y es porque la digestión/ se me convirtió en empacho.

Más de 20 productos herbarios se han usado tradicionalmente contra el empacho, tanto en cocimientos como en emplastos; entre ellos el anón, la manzanilla, la cebolla, el mamey colorado y la papa, pero pocas veces se emplean los cocimientos como único remedio, sino que se combinan con formas menos ortodoxas y hasta oscurantistas. Plegarias, oraciones y señales de la cruz en el cuerpo afligido son recursos de la religiosidad popular que surten efecto en materia de curación física y espiritual.

Sin embargo, las maniobras acaso más enrevesadas resultan también las de mayor difusión entre los curanderos de por estos lares. Algunos colocan al enfermo boca abajo y le estiran la piel de la espalda hasta escuchar un chasquido; otros prefieren aplicar masajes sobre el abdomen, las corvas o las pantorrillas para desbaratar la “bola” en un procedimiento que puede ser hasta doloroso; no pocos aprendieron a medir el empacho con una cinta, un jirón de tela o el borde de una toalla, tanto para diagnosticar su magnitud como para eliminarlo, aunque solo sea hasta el próximo atracón de congrí y carne de puerco.

Porque siempre terminan regresando, bien lo sabe esta espirituana sin necesidad de títulos doctorales ni postgrados en Medicina. Antes o después del Novatropín o la Metoclopramida de rigor, sus “marchantes” habituales tocan, ineludiblemente, a la puerta de su casa para librarse del empacho sin más recurso que la fe.

6 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Anaily dice:

    Muy bueno, como siempre, hace unos dias pense que tenia empacho y daba cualquier cosa por tener cerca a mi vecino para que me curara el empacho ( por la pierna) super doloroso

    1. Yo no sé si es un problema de sugestión o de alguna habilidad extrasensorial, lo único que sé es que a una se le quita el malestar, le vuelven los colores y al rato ya puede comer de nuevo. Dice mi mamá que la única vez que estuve ingresada de chiquita fue por un empacho y desde que descubrió la cura con una tira, mi doctora de cabecera es la señora que me mide el ombligo. Saludos, Anaily, espero que consigas a alguien que te quite el empacho por allá, también habrá gente con esas habilidades, no? jejeje. Besos

  2. Pablo Alfonso dice:

    Excelente crónica, amena e instructiva a un tiempo. Gracias por ese regalo.

  3. Tomas dice:

    Grisselle estoy de acuerdo con usted al 100%, yo he estudiado algo de medicina y no se si es sugestión o algo extrasensorial, pero de que es un remedio santo no me cabe duda, saludos y exitos en tu trabajo porque la suerte es para los mediocres.

  4. Virulo dice:

    Por la misma razon gobiernos y pampers han de cambiarse con frecuencia
    Virulo

    1. No tengo experiencia, Virulo, en cambiar ni lo uno ni lo otro.

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